Escritura fonética china

Cierta vez escribí en mi cuaderno un poema que me agradaba mucho. Lamentablemente una de las criadas lo vio y torpemente recitó sus versos. Es realmente odioso que alguien recite con precipitación un poema sin el sentimiento que corresponde.

Sei Shônagon, El libro de la almohada, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2002, pág. 300.

El esplendor cultural se produjo en la década de 990, cuando Fujiwara no Michinaga (966-1028) inició su prolongado dominio en la Corte y las consortes del emperador Ichijô (986-1011) formaron grupos rivales de talentosas damas. El período Heian (794-1185) fue también el momento de desarrollo de la escritura fonética –surgida de la evolución del ideograma chino-, gracias a la cual el centro de gravedad literario se desplazó de los hombres a las mujeres, y de la poesía y prosa en chino al verso, la ficción y los diarios en escritura hiragana japonesa. Las mujeres intervinieron en el desarrollo de esta escritura fonética y la emplearon con exclusividad (por estarles vedado el estudio exhaustivo del chino). Si sobrevivió y se articuló con el ideograma se debió en gran parte al hecho de haber sido compartida con los hombres. Así, el intercambio epistolar –actividad incesante entre los amantes, donde era apreciada no sólo la retórica y el estilo, sino la caligrafía, el papel, sus dobleces, la presentación y la gradación de la tinta (sumi-zuki)- fue el principal sostén de los silabarios. De modo que el tono de la primera antología poética imperial, Manyôshu, cedió en los siglos siguientes ante una sensibilidad común a hombres y mujeres.

Con el hiragana, esfumada la alteridad de la escritura respecto de la lengua hablada, la escritura china puede mimetizarse en sonidos. Estadio anterior en la evolución hacia el fonetismo, con el manyogana caligrafiado (préstamo jeroglífico de un caligrama homofónico) y sus juegos malabares de pincel, ya se pudo emplear el silabario para partículas expresivas. El hiragana, escrito con la suelta caligrafía soshôde líneas suaves, se adecuaba a las sutilezas psicológicas, rompiendo con partículas la rigidez del cuadrado ideograma. Las pinceladas ilegibles, de sutilezas filiformes (rementai, el estilo caligráfico donde abundaban) dejaban abierta la interpretación de tiempos, plurales, géneros.

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